Amaneció, pero solo cambio el tono de la tela vaporosa que envolvía el paisaje, hacia 5 minutos era negro azabache, ahora terciopelo gris.
Los paisajes tan familiares para mi, se tornaron extraños y misteriosos, jirones desprendidos del algodón de las nubes, hacían que los arboles lucieran adornos imposibles.
El agua mansa de la niebla se fue pegando a mi cuerpo, vistiéndome de perlas de roció, el frio de la noche hacia que el roció se trasformara en escarcha, dando a mi traje la imagen de plateada armadura, haciendo que el monte se vistiera de fiesta. El clásico color verde era hoy gris y plata.
La luz, tamizada por la seda que era la nube, fue creciendo en intensidad, haciendo que todo se disipase, como una fotografía desenfocada. Mi sombra se había perdido como la luz del sol. Los sonidos amortiguados por el vapor eran opacos, cercanos.
Mis sentidos se querían disipar y mezclar como las volutas que aparecían a causa de la brisa que empezó a deshacer la mágica niebla.
El gris se vistió de tonos, azules, dorados, verdes, ocres. Rojos de las hojas caídas, bruñidas como el cobre de las ollas de las meigas. Los cantos de los pájaros inundaban y rompían la sordina de hacia un momento, todo cambiaba. Todo excepto el aroma frio de la escarcha, el olor de la tierra mojada por el llanto de la noche. Todo excepto el tacto húmedo y frio de la hierba. Todo excepto la sensación de estar dentro de una burbuja.
Esa sensación que imagino, pues no puedo recordarla, de estar aun no nato en el seno materno. Aunque en medio de la bruma, me siento protegido por la madre tierra. Los latidos de mi corazón aun resuenan pensando en ese amanecer mágico que me premio la naturaleza, agradecido seguiré caminando cegado por los paisajes fantásticos, por los senderos únicos que nacen cada día de niebla, senderos que no se vuelve nunca a repetir o que nunca volveré a encontrar pues la bruma hizo que me perdiera en mis pensamientos.
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