La mañana era como un espejo roto. A lo lejos contra el horizonte se reflejaban multitud de destellos y matices de vivos y distintos colores. El sol tímido asomaba con color azorado en sus mejillas, con miedo de turbar la luz clara y limpia aunque matizada y velada por una tenue neblina causada por la inminente huida del rocio.
El astro y el rocio eran dos amantes fugaces, siempre lo había sabido que lo suyo era un instante, intenso, fugaz, pero nunca renunciaban a es instante, cuando uno llegaba él otro se evaporaba; un destino trágico para amantes tan distintos.
Un pájaro atrevido rompió la magia del momento, con un leve trino. Consiguiendo que pasase de magia, a prodigio, a instante irrepetible.
Los sonidos; tímidos, fueron llenando ese hueco. Una gota, el crujido del rocio, el roce de dos hojas impulsado por el desvergonzado viento del amanecer.
Luego el juego de sombras y luz, lo animan y dan movimiento; desperezando el mundo, haciendo que la sangre de la tierra corra de nuevo despertando a todos sus seres, o adormeciendo a los infatigables viajeros de la noche.
La mañana se va convirtiendo en una adolescente, que sin ser aun mujer deja ver toda su belleza, su mirada picara; la falsa modestia de quien se sabe bella ahora. Y arrebatadora cuando madure.
Sus primeros amores, ama la luz, ama las nubes que la visten y embellecen, ama el verde de los campos salpicado de ocre y marrón que calza sus pies sensuales, ama el azul del cielo que va formando su cuerpo, ama a los seres que va alumbrando y descubriendo, hijos de sus fantasías y goces, sus pequeñas pasiones descubiertas en cada nuevo segundo que la hacen madurar hasta convertirse en una bella mujer tranquila, pues, sabe lo que tiene lo que ha vivido, pues añora lo perdido, pero confía en lo que ha de venir.
Su madurez llega a su éxtasis cuando su amigo el Sol se eleva en el cielo, y esa belleza se va tornado en una maravillosa vejez, dando paso a otra adolescente,
La tarde, menos alocada que la mañana menos juguetona en su infancia, pero más ávida de encontrar nuevos placeres. Placeres que tiene con el viento y el olor de la hierba calentada por el reloj del cielo, pasa de niña a mujer rápidamente, casi sin jugar, pero ella es en su recta final cuando alcanza su máxima belleza.
Se viste de gala para despedir la luz, sus colores son como un cuento, hace despertar la brisa que anuncia el nuevo nacimiento, que anuncia la muerte del reloj, dando paso a un acto de metamorfosis.
Por un segundo los amigos del cielo se saludan, para cambiar su puesto, y la noche dueña absoluta del silencio despide con un largo, húmedo, y sensual beso el ataúd de la muerte, caminando tras su cortejo, extendiéndose y dejando tras de si las lagrimas de tristeza y alegría que son las estrellas, arreglándose con la diadema de la luna para la fiesta, poniendo sus mejores galas y danzando por el mundo, siempre joven siempre mujer, dueña del destino de los sueños, señora cruel para algunos, ama dócil para otros, cómplice de los amantes a la vez que celestina y alcahueta conocedora de las pasiones, y pervertidora de los inocente, dadora de placeres sin pedir nada a cambio.
Pero o pobre de ella su tiempo también se acaba, no muriendo, sino dando a luz a la mañana, una mañana que es como un espejo roto.......
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