He estado mirando el cielo, que hoy después de la lluvia era de un azul precioso, limpio, claro. Y una nube que pasaba me ha contado que se sentía perdida sin más referencias que el horizonte.
Que el viento la empuja a su capricho, que le gustaba lo que veía, pero que se iba con pesar, porque su tiempo era efímero. Que le gustaría ser como el sol, que todos los días sale, o como la luna, que depende que noche se cambiar de galas, pero ella solo era el producto del amor del sol y el agua.
Que su tiempo se acababa, que mañana no la recordaría, porque llegarían otras nubes, que le gustaría poder ser nube de lluvia para que su esencia empapara mi piel y así poder estar conmigo.
Que allí a lo lejos venían mas nubes, grandes grises y plomizas, que traerían la lluvia en sus entrañas, que dejarían tras de si recuerdo de su paso. Pero ella solo pasaba sin dejar nada.
Que muchos seres humanos eran como ella, la vida hacia que fuesen nubes anónimas que pasan por el cielo sin que nadie se fije en ellos. Que piensan que su existencia en superflua, como la de ella.
Pero yo la he contestado, yo me he fijado en ti y tú me has hablado, tú ya nunca serás una nube más. Pues cuando pase el tiempo en mis recuerdos seguirás estando, recordare la nube que me había contado.
También creo que cualquiera que mire al cielo y vea una nube siempre recordara el azul limpio, y si presta atención oirá como le susurra al oído.
Bueno realmente con esto no quiero hablar de las nubes, quiero hablar del aislamiento al que todos nos sometemos y sometemos a los que nos rodean, cuantas veces he mirado a otro lado para no mirar a otra persona, que lo único que estaba pidiendo a gritos era que alguien se fijara en ella.
Cuantas vidas anónimas dejamos pasar a nuestro lado, vidas que seguramente serán interesantísimas, pero que como urbanitas no nos interesan. Eso hace que en una gran ciudad estemos solos, como la nube en el cielo azul. Aunque en el horizonte veamos más nubes.
Antes me contaban que en un pueblo, en una calle, en un edificio; todos se conocían. Ahora cuanta gente no sabe quien vive frente a su puerta.
Cuantos silencios incómodos en el ascensor. Cuanto miedo ha decir hola a un desconocido, porque piensas: Este pensara que quiero algo raro.
Bueno pues aplicarse el cuento, a decir buenos días a aunque no te conozca de nada.
No dejes que las nubes sean anónimas. Que cada día conozcas una nueva persona, y que su sonrisa alimente la luz de este mundo. Con esa luz nunca nos perderemos será la linterna que alumbre nuestro camino, que no permita que nuestros pies tropiecen con la cuerdas de la indigencia.
No quiero que nadie caiga porque yo no le he devuelto la mirada, o no le dicho hola.
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