Uno de ellos, apoyado en el bastón de madera pulido por las manos agrietadas y llenas de callos, señal de una vida de trabajo en el campo; se recostó en el respaldo de la silla de madera roja, con asiento de anea, que el mismo ha reparado en innumerables ocasiones.
Despacio como el que se sabe cercano a su meta, disfrutando de cada instante, vuelve la cabeza hacia la oscuridad de la humilde casuca, mira hacia el agujero que hace de ventana y por donde se escapa una parte del humo que la vieja chimenea casi atascada no es capaz de sacar por el tejado. Observa casado los rayos de luz mortecina anaranjada, que se dibujan en la niebla de la estancia. El viejo con la noción del tiempo perdida, no sabe si es el amanecer o el atardecer.
Solo sabe que el tiempo frente al calor hace que sus manos y huesos no le duelan, que las llamas hipnoticen su mirada. Solo los comentarios cortos entre ellos, con cortas contestaciones o gruñidos acompañan su sinfónico silencio. El coro el crepitar de la leña consumiéndose, igual que lo hizo su vida, el solo el rechinar cansado de las juntas de sus sillas, acompañado por el burbujeo de la cocción del caldo para la comida, el desayuno y la cena.
Duermen poco, porque piensan que pronto solo harán que descansar, hablan también poco porque a lo largo de tantos años ya se lo dijeron todo. Comen menos porque para lo que hacen no necesitan más.
Solo sonríen levemente cuando a su mente llegan recuerdos de alguna primavera pasada, de las risas de los niños que ya no lo son, de los amores pasados, de la cosecha aquella en la que el granero se quedo pequeño.
Delante de ellos un taburete de madera tallada en un invierno largo cuando estuvieron aislados por la nieve. Encima una jarra de barro barnizada y con la patena del tiempo, con algo parecido a vino, dos vasos del mismo material, medio llenos frente a su mano; haciendo ángulo recto con la jarra. Y ellos a su vez siendo la prolongación de ese ángulo. Creando un aspa de tres puntas que acaba en el fuego. Nunca uno enfrente de otro, como si evitasen mirarse a los ojos, como si solo deseasen mirar el horizonte cercano de las brasas, pero necesitando saber que a su lado y nunca al otro lado hay alguien.
Sus manos temblorosas se acercan al unisonó al tarro que es su vaso. Temblorosas se acercan el contenido a su boca, y antes de beber hacen un brindis: Por ella, por haberla perdido, por haberla disfrutado, por su cálido y ardiente recuerdo.
POR LA JUVENTUD
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