Recuerdo un libro que me hizo soñar con los espacios abiertos del desierto, soñar con ser tuareg del pueblo de la espada, entonces tenia solo 10 años y Alberto Vázquez Figueroa para mi era el nómada del que escribía, porque yo pensaba que todos los escritores eran sus protagonistas. Años después y tras leer mas libros suyos descubrí que mucho de lo que contaba lo había vivido, que en realidad hay un trozo autobiográfico en cada una de sus novelas antiguas. Siempre será para mí un maestro de la narrativa, un pintor de ideas capaz de hacerte sentir en cualquier paisaje con su descripción del mismo.
Soñé con oír el silencio de las tierras vacías, solo roto por el ulular del viento entre las dunas, el sonido de la arena deslizándose, el latido sordo de mi corazón. Cuando contemple el desierto por primera vez, me sorprendió la cantidad de vida que albergaba, la cantidad de seres que deambulaban por el. Hace poco una amiga había ido al Sahara y me comento que en las grandes dunas te venden recuerdos, que andando por la arena encuentras latas de Coca-Cola enterradas, que los espinos, están llenos de bolsas de plástico, que entre las piedras del Erg hay restos de lavadoras. Gracias a que pude conocer aquel otro desierto, pues cumplí el sueño de mi niñez.
Quería ser libre, notar el frío de la noche, padecer el abrasador peso del sol en mi espalda, ese sol capaz de derretir mi sombra, de solidificar mi sangre en las venas.
Quería ver la luna salir por el horizonte, una luna grande, la mas grande que he visto, la mas cercana, una luna con la que la noche es casi como el día y tu cuerpo crea sombras alargadas, donde tus ojos pueden mirar a lo lejos y ver un paisaje en blanco y negro como una fotografía impresa en papel gastado.
Perder al sol entre las dunas del Oeste, un sol que al ocultarse vuelca los cubos de pintura de toda la gama de rojos, naranjas y rosas, creando una pintura naif, como echa por un loco o un niño, irreal para quien no la haya visto.
Quería también una noche sin luna, para tumbado mirando al cielo poder contar las estrellas, Dios nunca había visto tantas, nunca había observado la vía láctea tan clara, ni la cantidad de estrellas fugaces, parecía el cielo como la tela de gasa azul índigo que utilizan las tribus del desierto, que si miras a través de ella ves miles de puntos.
Quería conocer la hospitalidad de su gente. No puedo expresar la bondad, el trato, la cantidad de respeto, el desinterés por lo suyo al darte lo que no tienen, es el pueblo más generoso del mundo o lo era.
Necesitaba sentir sed, para poder apreciar lo buena que es el agua, o que bien se esta a la sombra en una haima, a 45º sin necesitar aire acondicionado. Que bueno es el trigo silvestre en tostado, o el carnero asado, o las tortas de pan echas sobre la lumbre.
La sonrisa de sus niños es sincera, amplia, blanca, la más bonita que he visto. Luego he visto esa sonrisa en México, en Argentina, en Colombia. Todos los niños que la tenían solo tenían su sonrisa y un trozo de cuerda, o un balón de trapo, o una caja de cartón. Nunca he visto esa sonrisa en Europa, ni en Estados Unidos. ¿Por qué será?
Recuerdo el día que atravesamos el Atlas y nos adentramos en las tierras vacías, hoy mis tierras vacías, son mis paseos por mis montes y bosques. Si algo me enseño la experiencia del Sahara fue a meditar, a descubrir, a observar.
Os recomendaría a todos que fueseis al desierto, pero creo que aparte de los paisajes, de la inmensidad de los espacios abiertos, del azul limpio y quieto., las sensaciones que yo sentí hace tantos años no podréis repetirlas. Si buscáis aun a nómadas con camellos y haimas, encontrareis coches, motos, camellos, teléfonos vía satélite, generadores y televisiones, antenas parabólicas., etc., etc., etc., Pero quien somos para negárselo, nosotros buscamos la comodidad ¿porque ellos no? O pretendemos tener un belén viviente para poder hacer fotos. De aquel viaje me quedaron mis recuerdos y muy pocas fotos, porque por el calor se nos quemaron las películas.
Ahora no creo que ninguna fotografía pueda reflejar todo lo que sentí entonces, cuando recuerdo ese viaje lo siento ahora, un cuarto de siglo después.
Bueno, pues poneros un pañuelo en la boca, cubriros con un turbante y poneros unas gafas., que la tormenta viene., y la arena es muy fina.
Que el viento no os ciegue y podáis llegar a la cima de la duna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario