jueves, 6 de mayo de 2010

Circulo

No todo tenia que ser tan complicado, penaba mientras caminabas sin rumbo fijo, complejo si, complicado lo hacíamos nosotros. Creía firmemente que aquello tenia que ser fácil, que no tenia porque dar vueltas a esa idea, las cosas sencillas, son las mejores, la verdad siempre por delante era mejor. En la mano, agarraba fuertemente aquel objeto con el que se había empezado a ha hacer aquella pregunta.

La calle estaba animada, ya no recordaba el día de la semana, ni siquiera el mes, solo sabia que aquel tenia que ser su día, solo sabia que hoy era el día critico, el día de inflexión, Todo dependería de una pregunta y una sola respuesta, a partir de esto seria su vida diferente.

Miro el reloj que llevaba en su muñeca, lo miro sin verlo, sabia que llegaría a tiempo, pero los nervios le volvían a jugar una mala pasada: Sus oídos estaban sordos, sus ojos solo miraban hacia delante; parecía que le hubiesen puesto como a los caballos antiparras, para no distraerse de su verdadero destino. Sus pies, sus piernas su cuerpo se aceleraban a un ritmo marcado por los impacientes latidos de su corazón.

En su boca se formo el amargor del miedo, de la ansiedad. Volvió nervioso a sacar la mano del bolsillo y a mirar el reloj, La otra apretó más el pequeño objeto. En sus manos el sudor se iba formando. No entendía porque le estaba pasando esto. Todo debía ser sencillo, porque complicar las cosas.

Había quedado a la hora mágica, donde el sol tiñe de anaranjados los colores azules del día, el lugar era incomparable, una rosaleda, con un lago al fondo, en uno de los escasos parques de aquella monstruosa ciudad, El sonido de una fuente de mármol con unos cisnes que eternamente estaban petrificados en el circulo de la misma, Allí solo se podía adivinar el murmullo de la gran ciudad, el resto era pájaros, agua, risas de niños.

Volvió a suspirar por enésima vez, a lo lejos vio la entrada del parque, el paisaje cambiaba drásticamente, se cambiaban los troncos rectos y metálicos de las farolas, por los troncos rugosos, retorcidos y desiguales de los arboles que flanqueaban el camino de tierra. Pero hasta la naturaleza estaba encerrada tras un murete de ladrillo y una valla de hierro, como si el hombre negase a la naturaleza, naturaleza domestica, una libertad condicional para invadir el reino del cemento y el asfalto.

Después de andar 10 minutos dentro del parque, llego a la plazoleta que formaba la fuente y las rosas, miro hacia todos los lados, miro el reloj, miro hacia el cielo, al horizonte, miro a su interior, y no vio nada, ni a nadie. Aun era pronto. Decidió dar una vuelta al lago, pasear lentamente para calmarse, meditar que le diría o como se lo diría. Porque tenía que ser tan complicado todo.

Ella había llegado hacia una hora, paseaba, miraba a su alrededor, tenia miedo, miedo a que no viniese, miedo a que no se atreviese a preguntarla, pero esta vez seria ella quien tomase la iniciativa, desde su posición le vio, vio su nerviosismo, vio su ansiedad que corría pareja a la de ella, vio sus ademanes nerviosos, Intuyo en la mano un paquete pequeño primorosamente envuelto. Observo que se había cortado el pelo, que estrenaba ropa y que se marchaba del lugar de encuentro. Horrorizada tubo el impulso de gritarle, de ir corriendo hacia allí, pero saco la mano de su bolsillo, miro su muñeca y vio que era aun muy pronto; o puede que fuese tarde, que tenia que haber sido mucho antes lo que ocurriría hoy.

Le vio pasear alrededor del lago, andaba despacio, mirando el lago, pero sin verlo. Ella se fue encaminando hacia la fuente, despacio, midiendo los pasos con los de el, no quería llegar antes ni después.
Estaban formando un circulo, cada en busca del otro, cada uno con sus miedos, sus angustias, sus deseos. Cuando en la lejanía empezaron a sonar las campanas de las iglesias, anunciando las ocho de la tarde de aquella preciosa primavera, ellos confluyeron cada uno por un lado de la plaza, sin decirse nada se encaminaron, hacia el banco, llegaron al unisonó, se tendieron las manos, se miraron a los ojos, se besaron y se sentaron.

Ella estaba ansiosa, el angustiado. Ella empezó a decir algo justo cuando él abría la boca, se produjo un incomodo silencio. Se miraron, sus labios se unieron, sus manos se acariciaron, sus ojos se fundieron. Él saco la cajita, se la entrego en silencio, ella sabia que lo que contenía aquella cajita podría cambiar toda su vida. La tomo y la puso en su regazo, mirándola con ansia y miedo. Lentamente la fue desenvolviendo, sin romper el papel, en su interior se descubrió una pequeña pero laboriosamente labrada cajita de madera, levanto el pequeño broche de latón que la mantenía cerrada.

Era sencillo y dorado, en su interior, se veían unas letras: El tomándole la mano a ella, le dijo: no lo leas. Te diré lo que pone: “tú y yo lo demás no importa”. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, lanzo la pregunta, ¿quieres compartir la vida conmigo? No esperaba respuesta, no sabia que diría ella.

Ella callada escuchaba sin oír, en sus ojos lagrimas de alegría, deseo y miedo se formaron, en su garganta un grito se amordazo, convirtiéndose en un tímido susurro acompañado con un movimiento de cabeza. En su mente solo una idea le rondaba, porque era tan complicado, porque una simple palabra, complicaba lo que ambos sentían.

Mañana seria otro día, un día sin miedos, con esperanzas, ahora era un momento de respiro, de alivio, de pasión. Ahora todo era sencillo. Besos, caricias, atardecer en el parque. El aroma de las rosas volvió a notarse, el frío de antes de la pregunta y la respuesta, se convirtió en cálida ternura. Ahora todo era sencillo por que complicarlo.

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