martes, 4 de mayo de 2010

Los inventos del TBO

El Bolsillo notaba las pocas monedas que le quedaban, en una mano un helado, en la otra el balón, los pantalones cortos dejaban ver las escuálidas piernas llenas de heridas, de suciedad, de mil aventuras, de 8 años de vida. Al pasar por delante del quiosco, vio el ultimo numero del TBO, ese no lo tenia, si con la paga no se hubiese comprado las bolicas de anís y el cucurucho de helado, aun podría tener para comprase aquellas cuatro hojas coloreadas, aquellos inventos que alguna vez había intentado llevar a la practica. Bueno, el helado estaba muy rico, y le quedaban las bolicas de anís. Seguro que”el Chema” se lo compraba y se lo dejaba leer; el lo había echo en muchas ocasiones.

Como si le hubiesen pinchado, desvió su atención hacia otra cosa, vio a otros niños que corrían hacia el descampado, salió corriendo el también, sujetando solo el cucurucho de barquillo, el helado ya se lo había comido. Al correr las monedas tintineaban como campanillas, los zapatos marrones, se iban llenando de polvo, el sol iluminaba con fuerza, creando con su sombra un negativo impreso en el suelo, pero fugaz y etéreo. Al llegar al descampado, se dio cuenta que la noche de antes que había llovido, dejo el terreno de juego tan lleno de agua, que no podrían jugar al balompié.

Todos los críos al borde de la charca que hasta ayer era un secarral, contemplaban el pequeño mar, el lago donde seguramente viviese un monstruo, donde en pocos días habría renacuajos. Las piedras planas se volvieron el tesoro más preciado, el balón pasó a quedar arrinconado. La primera piedra silbo, en un ángulo casi horizontal en dirección a la superficie de espejo radiante del agua. Con el primer contacto, un bote, otro y así hasta cuatro. Todos los demás críos rieron, aplaudieron y lanzaron sus piedras. Yo he hecho cinco, yo he hecho tres. Una algarabía increíble, rompía el silencio de aquel domingo por la mañana.

Pronto se empezaron a cansar de esa actividad, a uno de ellos se le ocurrió tirar una lata vieja que había por aquella escombrera que era para ellos su país de nunca jamás, ahora las piedras que buscaban eran afiladas, como torpedos, la idea era hundir el acorazado, que intentaba invadir su país. Las baterías de costa. Carlitos, Luisto, Chema actuaban a su orden lanzando andanadas de obuses, en “el mar” que tenían delante ondas producidas por el impacto de los proyectiles, levantaban olas que zarandeaban las oxidada y pacifica lata. Algunas se acercaron peligrosamente, manchando de agua el interior, el caso. Otras o no llegaban o se pasaban
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Irremediablemente una de ellas, ya por tino, ya por suerte, impacto en medio del “acorazado”, haciéndole zozobrar y hundiéndolo rápidamente. Todos se quedaron callados, durante un eterno segundo, para con gritos salvajes, con hurras, con risas, con ¡he sido yo! Reanudar su mañana del domingo. Mañana que se estaba pasando rápidamente, de golpe oyeron las campanas de la iglesia las once. Su madre lo iba a matar, tenia que ir corriendo para ir a misa. En aquel entonces la misa en domingo era ineludible, sino ibas porque estabas enfermo, la veía en la televisión.
Como si uno de los obuses que habían lanzado antes hubiese caído en medio del grupo, cada uno salió disparado para un sitio diferente, cada uno con lo que había traído, todos sucios y llenos de barro.

Voló más que corrió, entro en el portal de su casa, oscuro, fresco, subió las escaleras hasta la primera planta, llamo a la puerta con los nudillos, aun no alcanzaba al timbre. Su madre desde detrás de la puerta ya le echaba la bronca. Al abrir la puerta su madre exclamó un juramento que ese día la haría tener que confesar, más que un juramento era una blasfemia. Le agarro de la mano, y le dio un azote, que el no sabia si era para sacudirle el polvo, o para prepararle para la paliza que le daría si lo volvía a repetir. Lo que el no entendía era que siempre pasaba lo mismo y nunca le daban la paliza. El caso es que le metió en la bañera, con ropa y todo, lo desnudo y le echo un barreño de agua templada. Con el estropajo le froto, las rodillas, los codos, las manos, las uñas. Todo esto sin parar de farfullar, luego le seco con aquella toalla tan grande. Le peino, con mucha colonia, con la raya al lado, le puso los zapatos negros de charol, los pantalones cortos y la camisa blanca, le dejo como un pincel.

Su madre se cambio en un momento, su padre con traje y corbata, también estaba muy elegante, hasta el enano, que aun casi no sabia andar, estaba guapo. Los puso en fila a todos como un sargento, para pasar revista, un toque en el pelo, un apretón en el nudo de la corbata, una caricia a la barbilla del chiquitín. Y toda la familia en marcha, todos juntos.

Que infancia aquella, cuando todo eran tan sencillo, que tiempos en los que la guerra era solo una aventura en la charca, que felicidad mas sencilla, mas tranquila. Que tiempos en los que la imaginación era el mejor juguete, donde el Domingo salía toda la familia junta, cogidos de la mano, donde vías a tus compañeros de batalla, que hacia menos de una hora estaban cubiertos de barro y sangre de la batalla naval, como un pincel (aunque siempre duraba poco). Donde todos se saludaban, donde se vivía sencillamente. De eso hace ya casi 40 años, entonces que poco me importaba, la política, la crisis, la hipoteca. Se era feliz con un balón de reglamento, o una canica de acero, o una peonza con punta.

Ahora vuelvo de vez en cuando la mirada a ese tiempo, me veo, enclenque, con mas rozaduras que un borrico viejo, con aquellos pantalones cortos subidos muy alto, con aquellos calcetines, también subidos muy alto, con el flequillo y la raya, con el olor de la colonia. Y me sonrió, me gustaría que los niños de hoy sintieran esa inocencia, que hoy no existe. Bueno pues cuando queráis quedamos en la charca, a tirar piedras a una lata (eso si, sin pantalón corto, que ya no tengo las piernecillas de antes).

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