miércoles, 19 de mayo de 2010

El príncipe destronado

De sus ojos brotaron dos lágrimas, eran como perlas que se deslizaban por su sonrosada cara, miro hacia atrás, vio el desastre. Las manos le ardían, las rodillas escocían como mi le hubiese salpicado aceite hirviendo, en su garganta atenazado, amordazado, había un grito que el conscientemente se había negado a liberar. Lo que mas le dolía era haber fracasado, no las heridas, su orgullo había sufrido un varapalo.

Ahora, sacudiéndose el polvo que había llenado toda su ropa descubrió un roto en los pantalones, sangre en la palma de las manos, magulladuras que en el momento no había notado. Las lagrimas habían dejado en sus mejillas sucias un sendero, la sangre de sus manos había manchado su camiseta. Quien le mirase creería que estaba herido gravemente, pensó él.

Se dio la vuelta, miro su bicicleta que hasta hace un rato era nueva, y descubrió arañado el guardabarros, torcido el manillar, rozado el sillín. Pero todo tenia arreglo, lo que no sabia arreglar era lo que les diría a sus padres que estaban con su hermana recién nacida sentados en un banco en el parque, no podía llegar llorando ¡el ya era mayor! Tenía que cuidar de su pequeña hermana y no podía llorar. Aunque le dolía mucho y hubiese querido que su madre hubiese venido corriendo a abrazarle. Pero no se habían dado cuenta y él lo prefería así.

Armándose de valor, después de enderezar el manillar como su padre le había enseñado, se volvió a montar, con su precario equilibrio de quien aun no ha terminado de dominar esa nueva disciplina, zigzagueando por el paseo arenado del parque, se dirigió hacia la fuente, tendría que asearse un poco antes de ir a contarles a sus padres el terrible accidente. Al llegar a la fuente vio a una madre y a su hija; la madre usando un pañuelo pequeño, muy parecido al que llevaba su madre. Le limpiaba los churretes a su hija con fuerza como si en vez de hilo el pañuelo fuese de lija. Espero paciente, la mujer reparo en el, abrió los ojos mucho exclamando ¡señor!, si es que sois como la piel del diablo, veras cuando te vea tu madre.

Despacio, cogió agua en el cuenco de su mano. Le escocía muchísimo, la poca cantidad que le quedo, fue a parar a la rodilla que ahora estaba al descubierto, el pantalón arremangado, menuda costra que le quedaría. Tras asearse(o eso creyó que hizo él) monto en la bici y se dirigió hacia su destino, esperaba que sus padres no se enfadasen mucho.

Sus padres le vieron llegar, también habían visto su caída; su madre quiso salir corriendo para abrazarle, pero su padre le había dicho que esperase, que le diese la oportunidad de actuar solo. Hicieron como que no le veían, como que no oyeron el golpetazo, pero mirándole sin que se diera cuenta, se tranquilizaron al ver que se había levantado, se sintieron orgullosos de su forma de actuar.

Ahora le veían acercarse renqueante, a cierta distancia vieron que se bajo de la bici, como la cogía por el manillar y andando a su lado se acercaba cojeando. La rodilla le tenía que doler, pensó su madre. A pocos metros vio como las lágrimas le volvían a brotar, como un hipido le salía de la garganta, ese grito se transformó en un quejido. Vio como su padre se levantaba, se acercaba a él, como se agacho hasta que sus ojos se quedaron enfrente. Oyó como su padre le pregunto. Pero no quiso entender las palabras, solo escucho que su voz no le regañaban, que solo se preocupaban. Soltó la bici, abrazo a su padre por el cuello y se dejo llevar por sus sentimientos, por el dolor, por la incertidumbre. Sus padres aun le querían, la niña era uno mas de la familia, sus temores eran infundados. Siempre estarían allí para curarle las heridas.

2 comentarios:

  1. Muy tierno, has hecho que se me pusieran "telarañas en la garganta"...
    Katu

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  2. Gracias tus palabras me anima a seguir escribiendo.

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