miércoles, 28 de abril de 2010

VILLAPARAISO

Lentamente, el día se iba acabando, levanto su cabeza y miro al horizonte, su frente marcada por mil arrugas y surcos que el sudor había echo en el polvo que le impregnaba todo el cuerpo, dibujaba el mapa de una vida de trabajo y esfuerzo, su pelo ahora de color de la ceniza era antaño negro y rizado hoy después del trabajo había pensado acercarse un rato al pueblo. Su vida era un círculo rutinario, solo roto por aquellos días de asueto en que después de toda la jornada en el tajo visitaba a los amigos en aquella triste taberna.

Cuando empezó siendo joven pensaba que en poco tiempo tendría suficiente dinero para poder volver a su hogar, de eso hacia ya 15 eternos años, todo había sido al principio muy duro, ahora con mas años lo era mas, nadie le ayudo, nadie le dijo cuando empezó a cavar que ese no era el sitio, pero poco a poco fue aprendiendo, Su jornada empezaba antes del alba y acababa cuando el sol se escondía o una gran tormenta hacia peligros estar en la explotación.

Fue con varios amigos desde la miseria de su vida de agricultor, al infierno del buscador de oro en la selva de su país, como muchos otros jóvenes a sus 35 años ya era viejo, ya había visto morir a sus amigos, el era un superviviente, pocos aguantaban la mina mas de 10 años. Se había echo rico en dos ocasiones, en dos ocasiones se había arruinado. El oro ese caprichoso metal manchaba sus manos a menudo, con forme llegaba el dinero se perdía, bebida, comida, mujeres.

Había conocido el amor hacia años, se enamoro de una prostituta que había llegado a las minas hacia unos meses, cuando la novedad paso el empezó a visitarla. Fue bonito mientras duro, pero también eso se acabo.
Hoy se tomaría un buen vaso de caña, comería unas ricas judías con carne seca, un café bueno, luego escucharía algún disco mil veces oído de aquella maquina multicolor, leería los diarios que tenían mas de una semana de antigüedad, y esperaba que muy borracho se encaminaría hacia su cabaña. Esa noche no tenía el cuerpo para mujeres.

Vivía frugalmente, su cabaña era un techado, con una plataforma de madera y una amaca entre dos postes, un hogar de piedra donde cocinaba y dos bolsas de red colgadas del techo con sus pertenencias, no tenia puertas, no tenía paredes. Para que las quisiera allí si te querían robar lo hacían sin miedo al castigo. Antes de ir a la taberna tenia que para a cambiar el polvo de oro y las pepitas que había encontrado durante la semana anterior, poca cosa, pero suficiente para poder aguantar otra semana en la zanja que era su mina.

Esta vez cuando encontrase otro filón lo ahorraría y se marcharía. Se lo repetía infinidad de veces, pero sabia que no podría vivir en oro sitio que no fuese aquel infierno. Sabía que la vida y la muerte estaban en aquellas paladas rítmicas, en aquel cerner la tierra, en busca de brillos delatores. Era un prisionero de su ambición, un prisionero sin cadenas, pero atado más fuerte que si tuviese cadenas.
Vio a otros compañeros pasa a su lado, se dirigían hacia las primeras luces que se veían a lo lejos, las luces de la calle embarrada de la que irónicamente se llamaba Villaparaiso. El levanto por penúltima vez su pico, y lo hundió en el pegajoso barro, lo dejo allí, coloco la pala y la herramienta contra la pared de la zanja, nadie se las quitaría, se froto las manos, las llevo a su entumecida espalda y se enderezo. Todo su cuerpo estaba cubierto de una costra gris seca y polvorienta de barro, sus pies desnudos estaban manchados de un gris más oscuro, más húmedo igual que sus manos, parecían botas y guantes.

Salto de la zanja, se alejo hacia las luces, el silencio antes roto por el sonido de trabajo ahora se adueñaba de aquel campo de trabajo, muerte, ilusiones rotas y resignación. Ahora con forme se acercaba al villorrio, el sonido de aquella maquina de música llenaba el silencio, tornándolo alegre, al pasar cerca del arrollo se lavo las manos, cara, cuello y pies. De su zurrón saco una camiseta de publicidad, unos pantalones mas o menos limpios, y unas sandalias que el mismo había echo con un viejo neumático y unas cuerdas. Había que estar presentable en la taberna.

Villaparaiso, había sido en tiempos una casi ciudad prospera, cuando la fiebre del oro atrajo a mas de diez mil personas, ahora solo 300 buscadores seguían en aquel perdido lugar del mundo. Solo la luz de la taberna y las bombillas de colores de el rotulo indicaban que aun seguía vivo el pueblo, el entro y se dio cuenta que todo lo que veía era tan desagradable, que todo estaba como el sucio, viejo, gastado. Con paso firme se acerco a la barra y le pido un vaso de ron al camarero, que también era el dueño de la casa de cambio de oro por dinero.

Un golpe seco, un vaso de cristal sucio, y una botella borboteando llenaron de un mejunje trasparente el vaso. De un trago lo vació, lo puso en la barra y con un gesto de la cabeza indico que le echase otro, mientras saco una bolsita de tela gastada, la puso encima al lado del vaso y le indico al camarero que la pesase y se lo cambiase. Otro trago y el contenido del vaso se esfumo, como si se hubiese evaporado. Al rato el camarero llego con un fajo de billetes tan gastados como la vida que llevaban, una botella de ron viejo y una sonrisa. Le dijo que había tenido suerte el oro había subido y el ron era de regalo. Sin decir nada una sonrisa se reflejo en la cara, cogió la botella, le quito el corcho con la boca, pido otro vaso e invito al tabernero.

Paso la noche, la comida, la música, la borrachera, la casa y el chinchorro. La noche veloz pasó, la amanecida fue rápida como es en los trópicos, las aves, monos, insectos eran el mejor despertador. La cabeza le dolía como cada siete días, otra vez la rutina, pero si volvía a tener suerte se iría de allí.

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