Se acostumbro a servir de casa, de sombra, de comedor para los habitantes del bosque, de dormitorio para las aves del cielo, hasta dejaba que jugasen en su cuerpo los amantes, que desalmados grababan su amor con corazones que le arañaban, pero que en el fondo nunca le hicieron daño, mas bien orgullo, pues pasarían esos amores pero quedarían eternamente reflejado en su piel, había visto y sentido guerras, muerte y vida.
Y ahora amanecía con el calor de un mediodía de verano, cuando no era hora aun, él lo sabia, sabia que su tiempo se acabaría en breve, sabia que nadie lo podría salvar, lloró. No por él, sino por los hijos de sus frutos que con gritos silencios, le decían que sufrían, pero como siempre el estaría allí, esperando el destino que otros habían dictado para él. Creía que nadie lo recordaría, pero en eso te equivocabas mi viejo amigo, nunca podre olvidar que me diste sombra, que me distes refugio en la tormenta, que me diste belleza, recuerdos, que me dejaste sentir tu corteza viva, que pude soñar con el amor apoyado en tu tronco, eres y serás como un abuelo, que callado y con tus cejas de musgo aguantabas la cháchara de un ser que solo pasa como un instante en tu existencia. Nunca, nunca podre volver ver tu sombra, a buscar tu refugio, pero te prometo, que nunca, nunca dejare de recordarte.
Tu nieto, tu amigo, que no pude mas que dejar una lagrima donde vivías, esperando que algún día brote de ella otro abuelo del bosque, que disfruten otros como yo.

Este amigo ya no podra mirarse en el lago.
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