martes, 12 de enero de 2010

¿Seguiré soñando?

El viento inclemente ululaba en las ventanas, por las grietas de las ajada madera dejaba filtrar su inclemencia, cuando te acercabas al cristal el frio intenso te cortaba como una cuchilla, los arboles se movían frenéticos por las embestidas, dejándose desnudar, dejando que sus hojas emprendieran una loca espiral o chocando contra la fachada de la casa.

En la lontananza se vislumbraban rayos de sol, que como faros en la lejanía marcaban pequeñas parcelas de luz. Eran como columnas inclinadas de una gran catedral. Poco a poco el viento afrentando su ira fue pasando de un susurro a un grito. Aullaba, las sabanas tendidas se hinchaban como velas de un barco que fuese ha iniciar su singladura.

El negro plomizo se unifico en gris, y las primeras gotas de agua fría chocaron como si de la espuma de una ola se tratase. Mi mente empezó a navegar como si en un navío estuviese, era el recuerdo de una tempestad. Sobre un barco, en un mar bravo, en otro momento, en otra dimensión, sentía en mi interior el agua salpicando mi cara y mi cuerpo, en mis manos la tensión de los cabos que tensaban la mayor, en mis pies desnudos las agujas heladas de las olas. En mis labios el sabor salado de mi sudor mezclado con el mar.

Mis oídos solo recordaban la sinfonía descompasada del agua chocando contra el casco, los tambores de las gotas repiqueteando contra la cubierta, el sonido de los oboes que producían las rachas al pasar entre la tela de las velas y las cuerdas. Todo unido pero sin orden, todo acompañado por el trepidante ritmo de los latidos de mi corazón, que desbocado no atinaba a llevar un ritmo sincronizado.

Un rayo en la lejanía, me recordó el fragor de los truenos, mis ojos solo veían montañas negras coronadas por espuma blanca, montañas que se derrumbaban a mí alrededor, sobre mí. Manos invisibles que intentaban arrancarme de la cubierta, que intentaban descabalgar al jinete que era mi barco del lomo del garañón salvaje que era ese mar antaño calmo y dócil como un gatito, pero que ahora había sacado sus garras.

Un golpe de aire hizo que se abrieran las ventanas de par en par, dejando entrar el agua que horizontalmente barría el exterior, mojando la seguridad d mi casa, recordándome que no estaba en el mar, que no luchaba contra Poseidón, que solo había dejado escapar mi alma, tal vez con añoranza hacia aquella otra tempestad.

La realidad llego como un mazazo, un golpe hizo que uno de los cristales se rompiese, y su sonido estridente, al caer al suelo, me hizo despertar, correr hacia las hojas desvencijadas cerrarlas, atrancar las contraventanas de madera, para evitar que el agua mojase el interior de aquella que era mi casa. Pero también cerré la única luz que me dejaba ver la realidad. La oscuridad me dejo perplejo, no recordaba si aun estaba en el mar, si estaba en mi casa, si soñaba, si todo era producto de la imaginación. ¿Todo era real? Fueron segundos interminables, fueron sensaciones reales, fue la fiebre que me hizo soñar dentro de un sueño, recordar una tempestad.

Ahora respiro, buscando el olor de la sal, el frio viento en mi rostro. Miro hacia la ventana, veo una de las contraventanas abierta, por ella entra una luz plomiza, y oigo el repiqueteo de la lluvia. La otra contraventana esta cerrada en el suelo brillan trozos de cristal y de agua, además hay una estrella de mar.
¿Seguiré soñando?

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