lunes, 28 de diciembre de 2009

El guardian

El bosque estaba vestido de musgos y líquenes, parecía un árbol de navidad con sus espumillones y bolas de colores. Fuera del sendero las sombras tomaban posesión de la totalidad del terreno, solo permitían vislumbrar entre la maraña de la vegetación algún tímido rayo de luz que se filtraba desde la cúpula que se alzaba por doquier, sustentada por las columnas de troncos centenarios.

El sendero mil veces ollado por mil pies distintos, corría blanco y bien definido por entre las zarzas, la madreselva, las hiedras de hojas brillantes como de cera. Los arboles, y arbustos habían construido a su alrededor un túnel, que parecía había sido cincelado por un picapedrero de lo compacto y bien formado que era. Había zonas donde se abría en forma de sala, o se achicaba para que tuvieses que pasar agachado como reverenciando a la madre de ese bosque.

Decían de ella que era tan bella y con unos ojos tan profundos que quien la veía nunca mas amaría a otra mujer, era mágica y etérea, solo se mostraba a quien era digno , honrado y de corazón puro, era dulce y salvaje, madre, amante y guerrera. Ella era hija del atardecer y del manantial más puro, era del pueblo que nunca envejecía. Tan antigua como el bosque, tan joven como los brotes nuevos de la próxima primavera.

Nadie osaba levantar la voz, todos viajaban en silencio y apesadumbrados, con miedo a que la señora se molestase por su presencia y cambiase el orden de los arboles y los senderos, todos escuchaban su canto, su melodía de vida, el trino de miles de pájaros, el susurro de arroyos y manantiales, el siseo que producían miles de hojas y ramas al rozarse.

Todos andaban presurosos, intentando atravesar el bosque lo antes posible, todos excepto un pequeño que se iba retrasando en cada curva, con cada flor, en cada hueco de la vegetación, iba imitando los sonidos de los pájaros, los gruñidos que a lo lejos como un eco hacían los animales misteriosos que la sombra, ocultaban, todos menos el querían salir rápido de allí. El que nunca conoció a su madre deseaba ver a la señora, sentir el aliento cálido, notar en su cuerpo los brazos de una mujer que le abrazasen, no las manos aperas que le agarraban de continuo, para obligarle a trabajar.

En su corazón notaba que pertenecía a ese sitio, que de tras de la espesura brillaría la luz, que los colores del bosque serian como el vestido de la Dama. Imaginaba su pelo del color del trigo maduro, sus ojos ambarinos y profundos, su olor lleno de matices, cada día uno nuevo, hoy a flores, mañana a tierra húmeda, al otro a nieve recién caída. El sabia que algún día la dama le abriría la puerta del sendero que llevaba a su reino, seria su paladín, su defensor.

La dama siempre observaba, no con los ojos de los hombres, con los ojos elficos que hacían ver el corazón de los seres, el alma de los hombres. Sabia que todos los que la buscaban tenían en su corazón una petición egoísta, siempre pedían para ellos, nunca para los demás, nunca venia a visitarla por el sencillo echo de sentir el placer de la compañía de otro ser. Todos los corazones tenían siempre la mancha verde del egoísmo. Bueno en todas las generaciones que ella había visto pasar siempre había algún corazón que pasaba por ese sendero con una mancha azul, la mancha de la esperanza y de la bondad. Mucho, casi todos pasaban de largo, tenían miedo a las leyendas que otros hombres habían difundido de ella.

Algunos se desviaban del camino, quedando enamorados al verla, no pidiendo nada, entregándole la vida y su corazón. Ellos vivían su tiempo escaso a su lado, descubriendo las maravillas que ella les ofrecía, No envejecían, y el día que el destino marcaba como su ultimo día, morían jóvenes como hombres pero dormidos, y soñando con ser arboles cuidados por la Mística dama. Así soñarían eternamente, pues de cada ser que se unió a la Dama Oscura, nacía un árbol que nunca seria tocado por el fuego, ni por los rayos, que serian los pilares de su palacio arbóreo.

El niño que vio, tenia el corazón tan azul como el de su pueblo, en el no se veía ninguna mancha azul, solo se veía el azul de la esperanza. Ella que nunca mostraba emociones, se sintió embargada por la sorpresa, el deseo, la necesidad de sentir un corazón como el suyo. Ella no recordaba como eran los seres de su especie, tanto tiempo llevaba aislada en aquel bosque.

Abrió la puerta del bosque, dejando que el niño entrase por ese sendero nuevo, blanco y plateado, con azaleas, jazmines, rosas silvestres, arándanos, y fresas. Con un cielo azul y dorado, con sauces como guardianes del camino y un arrollo de aguas cristalinas corriendo paralelo a el. Llego a un claro, con arboles gigantes, con luz de colores, con hierba mullida como si de una alfombra se tratase, y al fondo, sentada en el árbol mas grande de todos estaba ella la reina de la umbría. Ella era luz, ella era color, ella era todos los olores del bosque. Vestida con flores y hojas, con un cinturón de niebla, con una corona de roció, su mirada profunda, se uno con la del niño, que conforme iba avanzando por el salón formado por los arboles se transformaba en un ser bello, esbelto, atemporal, un ser como la dama, un ser de otro tiempo. Se transformaba en el consorte de la dama, su compañero, pues ese era el destino de un corazón puro como el suyo. Los elfos no eran otra raza, eran la misma que los hombres, pero tan limpios de espíritu que la Madre naturaleza los elegía para poder cuidad de todos sus hijos.

Los eones pasaron, y el bosque siguió, desde entonces no solo había una dama. Desde entonces había un guardián, compañero de la Mística dama de ojos Oscuros, desde entonces en el bosque se escuchan risas, poemas y canciones. Ya no asusta tanto atravesar el bosque.

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