domingo, 6 de diciembre de 2009

Luces de ciudad

En una gran ciudad, sentado ante la ventana de su buhardilla, el poeta triste mira la luna en busca de inspiración. Algunas nubes desdibujan el perfil del horizonte irreal de los tejados.
En su mesa gastada, llena de manchas de tinta y de palabras huérfanas,impoluta una cuartilla blanca, alumbrada por la titubeante llama de una vela casi consumida,juega con las sombras de la mano del escritor, creando personajes fantásticos inspiradores de otros relatos; pero esa noche su mirada esta perdida y ausente mirando una luna plateada, llena, redonda, acaparadora del firmamento.
No nota que la manta raída que le cubre todas las noches la espalda se deslizo y esta arrugada en el suelo., caprichosa ha dibujado una luna menguante.
No nota como otras noches, el frío que le obligaba a escribir, su mano izquierda se acaricia despacio la barba impertinente de tres días que asoma por su barbilla.
Un sonido lejano, que entra por un cristal roto de su ventana de celosía, parece sacarlo de su trance, aunque solo es un amago, el sigue mirando a traves de la noche., de la luna., de los cristales casi opacos por la suciedad.
Su mano involuntaria se mueve, moja la pluma en el tintero, decidida se acerca al virginal pliego que rompe la negrura de la madera, una gota se desliza por la punta afilada, cae y deja una mancha redonda irreal con salpicaduras, sobre el margen superior izquierdo, donde se supone siempre empezaba su relato.
Incapaz de mirar lo que su mano automáticamente ha hecho, él sigue perdido en su universo, busca y no encuentra lo que quiere escribir, piensa en un titulo. Y una sonrisa grotesca en unos labios poco acostumbrados a esa expresión, se dibuja. Parece mas un gesto de dolor, aunque sus ojos chispeantes confirman la alegría.
Él, triste pintor de palabras. Siempre considerado como un trágico bohemio, predestinado a ser un joven escritor romántico, que como Byron moriría joven, triste y solo, sin más éxito que su propio fin. “Sonreía”.
La mano que automáticamente se estaba moviendo, no estaba describiendo la oscura muerte, ni las sombras y miserias de la vida, que tantas veces había pintado en sus escritos, que tanta perfección había conseguido. Era tanta su maestría que un periódico matinal había escrito en una de sus crónicas literarias, que era la resurrección de los grandes poetas malditos.
Su mano traidora, aliada con su corazón había imaginado el nombre de la nueva dependienta de la panadería de su calle, aquella dulce campesina, inocente que había llegado a la gran ciudad con sueños de cantar algún día en un teatro, de morir de amor, en los brazos de su amante noble, arruinado y artista.
Nada mas verse, entre la dependienta y el poeta surgió un arcoíris de sensaciones. Seguramente a causa de aquel olor a pan recién echo. Seguramente por que él fue su primer cliente o por que le diese pena la figura escuálida con ojeras., que con voz queda le pidió una barra de pan blanco, y cuando fue a pagar se dio cuenta de que no tenia dinero suficiente. O tal vez al rozar las manos y coincidir sus ojos. Entre ellos se formo un dulce aroma que anulo el del pan recién echo y que no supo identificar.
Cuando salió de la tahona, el no sabia el nombre de ella, pero ya soñaba con escribir su triste historia, tenia en su cabeza mil ideas para su novela póstuma, la que le llevaría al Olimpo de los grades literatos.
Con el día paseo por los arrabales, observo a los paseantes en el día, algo que no estaba acostumbrado ha ver. Pues como buen poeta maldito era noctambulo, vio niños reír, colores, juegos, flores, olio el sol en los jardines, paso el día en un medio extraño para él. La tarde le reconforto, pues las nubes pintaron de acuarela el paisaje de la ciudad. Y llego la noche, no se apercibio que no había comido, ni siquiera de que estado todo el día y la tarde andado sin dirección y que sus pasos sonámbulos le llevaron a su escalera. Titubeante subió los rechinantes escalones de madera vieja y gastada, hasta su casa vacía, fría, silenciosa.
Cuando entro en la estancia que era toda su casa(en ella tenia su cama, su escritorio, su cocina), no noto el olor agrio que siempre le asqueaba. Pellizco el pan que en su recuerdo era fragante y caliente, pero que ahora estaba humedo y correoso, lo metió en su boca mientras se sentaba y se ponía la manta sobre sus hombros.
El resto era como una ceremonia cientos de veces realizada,su liturgia: cogía un papel blanco, lo centraba en la mesa,afilaba su pluma, abría el tintero, encendía la vela y la ponía en el alfeizar de la ventana, suspiraba., se ponía a escribir.
Pero esa noche algo no había funcionado, seguía allí pensando, sin saber que su mano en un acto de rebeldía escribía sin el. Sabia que su inspiración estaba perdida por los tejados, jugando con los gatos, gatos que eran mas miserables que el.
De pronto una oscilación de la tenue luz de su vela, le hizo salir del letargo en el que se había sumido, en su cabeza organizado se había construido el esqueleto de su gran novela.
Apretando la pluma entre sus dedos hasta casi hacerle daño, se dispuso a escribir, observo los garrapatos que había plasmado y cuando iba a leerlos, la vela boqueo en un ultimo estertor y se agoto con una llama azul.
Definitivamente aquella noche no escribiría nada, solo podría observar las luces de la ciudad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario